Rojo, impar y circo

La crítica cultural de Ágreda en TRIBUNA

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Rojo, impar y circo
Foto: Nacho Carretero.
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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Lo que a mí me gusta de los espectáculos es mirar las caras de la gente. Esta noche en el Lava viendo a Mireia Miracle Company y su obra Rojo se ve a la mayoría del público que se lo está pasando bien. Los que no se lo pasan también son lo que son alérgicos a la maicena y a los abrazos.

Una de las cosas más difíciles de conseguir en un espectáculo circense es el equilibrio. Que la escenificación no destaque por encima de lo que se quiere contar y viceversa. Aquí reside la mayor virtud y el mayor defecto de ROJO. Teniendo en cuenta que Mireia Miracle se mete al respetable con la primera sonrisa en el bolsillo, el trabajo ya lo tiene prácticamente hecho. Pero no hay que abusar. Que el público salga del LAVA buscando una ducha urgente porque la maicena que va soltando Mireia cada vez que hace un movimiento le ha embadurnado cara, manos, pelo y ropa, es un pequeño inconveniente.

Los recursos técnicos de Mireia Miracle no tienen límites. De las maletas va sacando objetos increíbles que la sirven lo mismo para un roto que para un descosido. Es capaz de montar un decorado milagrosamente con pinzas, palos, toldos y otras baratijas. Y es capaz de trasladar - y eso fue lo mejor de la noche- al espectador a la infancia. Hubo un momento en que la Sala Concha Velasco del LAVA se convirtió en una sala de cine donde se proyectaba una película muda.

La música creó la atmósfera perfecta para que eso pasara. El sobresaliente trabajo de Mireia y un atrevido voluntario recrearon un escenario muchas veces visto en las películas de Chaplin, con la diferencia sustancial que pareció que una mano gigante coloreara todos los objetos y todo de repente cobrara sentido, cobrara vida. La realidad había desaparecido. Mireia había puesto orden en el caos que se había convertido el escenario.

El circo siempre ha tenido un compromiso rebelde: procurar felicidad donde parecería que no tiene derecho a que siga ocurriendo. Porque si dejamos aparte la harina y algún que otro momento prescindible, Mireia fue capaz de crear un espacio sin aire, un espacio claustrofóbico, un espacio que sostiene a base de empatía, a base de mucho talento. Un artista que se deja la vida en el escenario hay que tenerle en cuenta. ROJO genera en el espectador sensaciones contradictorias, unas entretienen, otras alegran y otras enriquecen el espíritu. No se pierdan ROJO cuando pase a su lado.

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