Cuatro meses después de su fallecimiento, Anta ha vuelto a reunir en torno a su figura a decenas de personas que quisieron recordarle
"Aquí no hay hogar, pero al menos hay techo": la vida de un vallisoletano en el aeropuerto de Madrid
Paco es una más de las cientas de personas sin hogar que viven en una de las terminales de Barajas
Entre pasillos brillantes y maletas rodantes, en un rincón discreto del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, Paco observa el ir y venir del mundo. No espera un vuelo. No tiene uno que perder. Paco vive aquí desde hace más de dos años. Acepta hablar con Tribuna Valladolid con voz pausada y una mirada que ha aprendido a desconfiar, pero no ha olvidado cómo escuchar.
Paco, que prefiere mantenerse en el anonimato de cara a los medios de comunicación, nació en Valladolid hace 47 años pero, ahora, vive en Madrid, concretamente en el aeropuerto, tras perder su casa y a su familia como consecuencia de su adicción al juego y, como él dice, de su "mala cabeza".
La situación de las personas sin hogar en el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas ha empeorado en los últimos meses. Actualmente, entre 50 y 70 personas duermen en los aparcamientos exteriores del aeropuerto, tras el refuerzo de los controles de acceso implementados por AENA. Esta medida ha desplazado a muchos a zonas exteriores, especialmente en la Terminal 4, buscando mejores condiciones climáticas y evitar ser despertados por los vigilantes dentro de las terminales. Se estima que alrededor de 280 personas continúan durmiendo dentro del aeropuerto.
Paco es solo uno más de las vidas que ven a cientos de personas, día a días, afrontar con ilusión sus viajes y vacaciones mientras ellos enfrentan, "como buenamente se puede" un presente poco esperanzador.
PREGUNTA: ¿cómo llegó a vivir en el aeropuerto?
RESPUESTA: Fue poco a poco. Primero perdí el trabajo, luego la casa donde vivía con mi familia y, meses después, los perdí también a ellos. Me vine a Madrid pero terminé jugándome a la ruleta el dinero para pagar la habitación que alquilaba. Estuve durmiendo en la calle un tiempo, en Lavapiés, pero en invierno... Madrid no perdona. Alguien me dijo que en el aeropuerto no te mojabas si llovía y no pasabas tanto frío. Vine y ya no me fui.
P: ¿Qué significa para usted vivir aquí?
R: No es vida, pero es un modo de pasar los días. Aquí hay baños limpios, algo de seguridad. No es un hogar, pero al menos no duermo con un ojo abierto por miedo. Algunos trabajadores ya me conocen, y mientras no moleste, me dejan estar. A veces incluso me saludan.
P: ¿Cómo es un día normal para Paco en Barajas?
R: Me despierto temprano, antes de que empiece el bullicio. Me lavo como puedo en los baños de la T4. Recojo lo que tengo en una mochila vieja. A veces consigo algo de comida de los carritos que quedan abandonados. Leo lo que encuentro, observo a la gente. La mayoría no me ve. Soy parte del mobiliario. Si tengo suerte, consigo algo de dinero pidiendo con cuidado. Pero no molesto. No quiero líos con la Guardia Civil.
P: ¿Qué fue de su familia?
R: Mi mujer falleció y mis hijos no quieren tener relación conmigo por lo mal que gestioné mi matrimonio y mi paternidad. Tengo también una hermana en Valencia, pero hace años que no sé de ella. Cuando tocas fondo, a veces da más vergüenza pedir ayuda que pasar hambre. No quiero que me vea así. No soy el mismo que era.
P: ¿Ha buscado apoyo en servicios sociales?
R: Sí. Pero es complicado. Muchos papeles, colas eternas, plazas que no existen. Te mandan a albergues donde a veces es más duro que la calle. Y aquí por lo menos, cada día parece igual. Parece poco, pero en mi situación, eso da algo de paz.
P: ¿Qué le gustaría que la gente supiera sobre las personas sin hogar?
R: Que no somos invisibles. Que cada uno tiene una historia. Nadie elige esto. No somos vagos, ni delincuentes por estar aquí. Muchos fuimos trabajadores, padres, hijos. Y todavía lo somos. Solo que ahora, todo se nos cayó encima.
P: ¿Tienes algún sueño, Paco?
R: Sí. Tener una llave en el bolsillo. Una puerta que pueda cerrar por dentro. No quiero lujos. Solo algo mío, donde no tenga que marcharme si alguien me mira mal.
P: ¿Qué le mantiene en pie?
R: El orgullo, supongo. Y una fe tonta en que todavía puede cambiar algo. Que algún día dejaré de ver aviones sin tener que soñar con subir a uno para escapar.
Al despedirme, Paco vuelve a su banco de siempre, entre viajeros que no se detienen. Nadie se da cuenta de que hay un hombre viviendo entre salidas y llegadas, sin más equipaje que su memoria. Y sin más destino que resistir un día más.
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