El Sermón de las Siete Palabras ilumina Valladolid con un mensaje de esperanza y redención

La lluvia respeta el inicio del Viernes Santo con una Plaza Mayor llena para escuchar el sermón del sacerdote vallisoletano José San José Prisco

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El Sermón de las Siete Palabras ilumina Valladolid con un mensaje de esperanza y redención
José San José Prisco pronunciando el Sermón de las Siete Palabas. Fotos: Sergio Borja
Rebeca Pasalodos Pérez
Rebeca Pasalodos Pérez
Lectura estimada: 8 min.
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En una tradición arraigada profundamente en el corazón de la Semana Santa Vallisoletana, la Plaza Mayor se convirtió un año más en el escenario para la solemne y conmovedora reflexión del Sermón de las Siete Palabras. Este Viernes Santo, José San José Prisco, sacerdote vallisoletano, fue el encargado de pronunciar el tradicional sermón, una cita ineludible desde su inicio en 1943 y que, en este 2025, que se pudo desarrollar sin incidencias sin que la lluvia hiciera aparición. A lo largo de sus palabras, resonaron los ecos del sufrimiento redentor de Jesucristo en la cruz, teñidos este año jubilar del color de la esperanza, una esperanza que, como se recordó citando la Carta a los Romanos, "no defrauda" (Rm 5,5).

Con una plaza repleta de fieles y vallisoletanos expectantes, Don José San José Prisco desgranó cada una de las siete frases que Jesús pronunció en sus últimas horas, ofreciendo una profunda meditación que entrelazó la teología, la historia y la realidad humana. El sermón no se limitó a la mera repetición de las palabras, sino que exploró su significado trascendental y su resonancia en el mundo actual, invitando a los presentes a mirar hacia el horizonte del amor de Dios, un amor plenamente manifestado en la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

El discurso comenzó con la evocación del contexto de la Pasión: la traición, el arresto, el juicio injusto y la crucifixión. Se recordó cómo, en la preparación de la Pascua judía, Jesús se reunió con sus discípulos para una cena de despedida, para luego ser arrestado y sometido a un proceso preliminar sin garantías ante el Sanedrín. La sentencia de muerte fue ratificada al amanecer y ejecutada por Poncio Pilato, culminando en la crucifixión en el Gólgota el viernes 7 de abril. En medio de este horror, brotaron las palabras que han trascendido los siglos, ofreciendo consuelo, enseñanza y esperanza a la humanidad.

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"

La primera palabra pronunciada por Jesús en la cruz, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34), fue el punto de partida de una profunda reflexión sobre el perdón y la misericordia divina. Se destacó cómo esta frase, dicha en el momento de la mayor injusticia y dolor, delinea el perfil del Salvador misericordioso que no juzga ni maldice, sino que perdona a los pecadores y enseña el amor a los enemigos (Lc 6, 27-36). Esta súplica en la cruz cumple coherentemente la enseñanza de su predicación y resuena con la fuerza vital de las palabras del Salmo: "El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad" (Sal 103, 8).

El sermón hizo hincapié en que el perdón cristiano no niega la existencia del mal ni la necesidad de justicia, sino que apunta a una justicia superior: la justicia del amor y la misericordia de Dios. Se explicó cómo Cristo no niega la culpa de la humanidad, sino que la asume y la cancela en sí mismo, llevando en su carne el castigo del pecado. En este sentido, el perdón de Dios no es simplemente un acto de indulgencia, sino un acto de redención.

Para ilustrar la fuerza transformadora del perdón, se evocó el conmovedor testimonio de Ana María, la madre argentina que perdonó públicamente al asesino de su hijo, Héctor. Su acto, descrito como algo que parecía "de otro mundo", rompió el ciclo del odio y confió en la justicia de Dios. Se subrayó que el perdón no es una debilidad, sino una gracia, un don que solo Dios puede conceder. Ana María, siguiendo el ejemplo de Jesús, demostró que el amor ayuda a curar las heridas.

"Hoy estarás conmigo en el Paraíso"

La segunda palabra, dirigida al buen ladrón, "En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43), ofreció una poderosa reflexión sobre la inmediatez de la salvación y la esperanza incluso en los momentos finales. Se recordó que Jesús, quien durante su vida pública acogió a pecadores y marginados, concluye su existencia en compañía de dos delincuentes. La promesa a uno de ellos nos recuerda la esperanza escriturística: "No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 33,11).

Se presentó el ejemplo de Jacques Fesch, un hombre que experimentó una radical transformación interior durante sus años en prisión tras cometer un asesinato. De ateo y nihilista, se convirtió profundamente, reconoció sus pecados y ofreció su sufrimiento por otros. Sus últimas palabras en su diario, "En cinco horas veré a Jesús", testimonian su esperanza en la promesa del Paraíso.

El sermón enfatizó que la salvación no es un acontecimiento lejano, sino una realidad inmediata para quien confía en Cristo. El "hoy" dicho por Jesús desde la cruz es el enlace entre el presente y la eternidad, el tiempo de Dios que irrumpe en el tiempo humano. La misericordia de Dios es infinita, y no hay pecado que Él no pueda perdonar si hay verdadero arrepentimiento.

"Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre"

La tercera palabra, dirigida a su madre María y al discípulo amado, "Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27), fue interpretada como la institución de una nueva familia basada en la fe, una nueva familia espiritual. Desde la cruz, Cristo redibuja los lazos familiares más allá de la sangre, porque la fe crea una comunidad de pertenencia y cuidado.

Se narró la historia de Cori y su esposo Mark, quienes acogieron con amor a la pequeña Emmalynn, una bebé con graves problemas de salud, brindándole cariño y compañía hasta sus últimos momentos. Este acto de entrega se presentó como un reflejo del amor maternal de María y del cuidado que los creyentes están llamados a ofrecer.

Se destacó que en la cruz, Jesús nos entrega a María como madre, no en un testamento doméstico, sino en unas palabras solemnes que revelan el misterio de su misión salvífica. María se convierte así en madre de todos los creyentes, acompañando el nuevo nacimiento de los hijos de Dios. Se resaltó su papel como madre que educa en la fe, enseña a confiar en medio de la noche y perseverar en el dolor.

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

La cuarta palabra, el grito de angustia "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46), fue abordada como la expresión del sufrimiento humano y espiritual de Jesús, plenamente Dios y plenamente hombre. Se recordó que Jesús estaba recitando el Salmo 22, un salmo que comienza con angustia pero termina con una afirmación de confianza en la salvación y la justicia de Dios.

Se compartió el testimonio de Immaculée Ilibagiza, quien durante el genocidio de Rwanda experimentó un profundo miedo y sintió el abandono, pero en medio de su desesperación encontró consuelo y esperanza en su fe. Su experiencia ilustró cómo, aunque Dios pueda parecer callado o distante, está presente en medio del dolor.

El sermón profundizó en el misterio del silencio de Dios, señalando que aunque no siempre responda a nuestras expectativas de manera clara o inmediata, para los creyentes es una invitación a vivir desde una fe más profunda y confiada. Se explicó que el sufrimiento no es necesariamente inútil, sino que puede ser una oportunidad para crecer espiritualmente y participar en el sufrimiento de Cristo.

"Tengo sed"

La quinta palabra, "Tengo sed" (Jn 19, 28), fue interpretada no solo como una expresión de la sed física de Jesús, sino también como una sed de almas, sed de amor y sed de que la voluntad del Padre se cumpliera en la salvación del mundo. Se conectó esta palabra con el Salmo 69: "Me dieron hiel por comida y en mi sed me hicieron beber vinagre" (Sal 69, 22).

Se relató la historia de la Madre Teresa de Calcuta, quien sintió una "llamada dentro de la llamada" mientras viajaba en tren, comprendiendo que Jesús tenía sed de ella y que los pobres tenían sed de su amor. Esta experiencia la llevó a consagrar su vida al cuidado de los "más pobres entre los pobres", fundando las Misioneras de la Caridad con la finalidad de saciar la sed de Jesucristo en la cruz del amor de las almas.

El sermón subrayó que la espiritualidad cristiana es una "espiritualidad del cuidado", una actitud profunda del corazón que nace de la fe y que implica tomar sobre sí la fragilidad del otro, hacerse cargo del sufrimiento ajeno y proteger la dignidad del herido. Cuidar es hacer visible el rostro de Dios a través de nuestras manos, nuestros gestos y nuestra ternura.

"Todo está cumplido"

La sexta palabra, "Está cumplido" (Jn 19, 30), fue presentada no solo como una frase de muerte, sino como una declaración de sentido, de misión y de fidelidad vivida hasta el final. Para Jesús, vivir era obedecer al Padre, una obediencia que se expresó a lo largo de toda su existencia, desde la encarnación hasta la cruz.

Se recordó la vida de Carlo Acutis, un joven que, a pesar de su breve existencia, vivió sin malgastar ni un solo minuto en cosas que no le gustaban a Dios. Su vida, marcada por el deseo de estar siempre unido a Jesús, se convirtió en testimonio de una existencia plena y con propósito. La frase "Todo está cumplido" no significa una vida sin sufrimiento, sino una vida entregada, fecunda y consumada en el amor.

El sermón enfatizó que, aunque somos finitos e incompletos, estamos llamados a la santidad, cada uno descubriendo su propio camino y poniendo lo mejor de sí al servicio del Reino. Se recordó que la misión no es un negocio, sino algo mucho más profundo que requiere entrega generosa, dejando que sea Dios quien haga fecundos nuestros esfuerzos.

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"

La séptima y última palabra, "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46), fue presentada como el acto supremo de confianza y entrega total de Jesús al Padre, citando el Salmo 31,6: "A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás".

Se evocó la figura de Charles de Foucauld, quien tras una profunda conversión, abandonó una vida acomodada para vivir entre los más pobres en el desierto del Sahara, amando en silencio como un "hermano universal". Su oración del abandono fue citada como la expresión perfecta de lo que significa decir como Jesús: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

El sermón explicó que esta entrega no es resignación, sino un acto radical de abandono lleno de fe, sabiendo que el vacío está lleno de Dios. Decir "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" no es simplemente morir bien, sino vivir de otro modo, confiando en que el amor de Dios no depende de que todo salga bien. Es la oración de quien cree firmemente que no está solo, porque el Padre sigue ahí, silencioso, fiel, presente.

Un mensaje de esperanza para el presente

Al concluir el Sermón de las Siete Palabras, resonó con fuerza el mensaje de que, aunque a los ojos del mundo la muerte parezca el final absoluto, la fe cristiana proclama que la cruz no es el término de la historia, sino el inicio de la vida nueva en la resurrección de Cristo. En este Jubileo de la Esperanza, se invitó a los presentes a contemplar el misterio de la cruz como el lugar donde nuestra esperanza se afianza, aprendiendo que la entrega, el amor y la confianza en el Padre nos llevan a la resurrección.

José San José Prisco concluyó su sermón alentando a abrazar nuestras propias cruces con la certeza de que el amor de Dios nos sostiene, que su misericordia nos restaura y que su promesa de vida eterna es nuestra mayor esperanza. Un mensaje de profunda fe y esperanza que, un año más, iluminó el Viernes Santo en Valladolid, manteniendo viva una tradición que sigue hablando al corazón de sus gentes.

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