Renovar el Bautismo para participar en la Eucaristía

Carta pastoral de Monseñor Luis Argüello correspondiente a la primera quincena del mes de marzo

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Renovar el Bautismo para participar en la Eucaristía
El arzobispo de Valladolid, Luis Argüello. Agencia Ical.
Monseñor Luis Argüello García
Monseñor Luis Argüello García
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"Conviértete y cree en el Evangelio". El Miércoles de Ceniza resuena con fuerza este llamamiento que la Iglesia nos hace cada año. A través de ella es el propio Señor quien nos invita, de nuevo, a la conversión y a creer en la buena noticia de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Vivimos esta experiencia renovada de conversión, tomando conciencia de nuestra fragilidad: "Recuerda que eres polvo", que eres barro y que si el barro pierde el agua se transforma en un polvo despreciable.

Desde esta humildad comenzamos una nueva Cuaresma, queriendo renovar nuestro Bautismo para participar plenamente de la Eucaristía. 

La Cuaresma nos ofrece cada año esta estupenda oportunidad: entrar, de nuevo, en el agua del Bautismo, sumergirnos en la muerte y resurrección de Jesucristo, para acoger, de nuevo, la gracia que él nos otorga con este Sacramento, la gracia que cura del pecado y nos da la oportunidad de vivir la vida en Cristo.

La Cuaresma, tiempo bautismal, nos da la oportunidad de renovar nuestra comunión y pertenencia eclesial. Por el Bautismo entramos en la Iglesia y nuestro camino de conversión tiene puntos de referencia concretos para revisar cómo vivimos la comunión en su seno. Siempre podremos ensanchar más y más el "nosotros", que significa esta familia de hijos de Dios, este pueblo santo. Por eso, nuestra forma de vivir la comunión, nuestras deficiencias comunitarias o nuestros límites son territorio concreto de la conversión en esta Cuaresma.

También por el Bautismo se nos ofrece la vida eterna. Bautizados somos ciudadanos del cielo y, así, peregrinamos con el deseo del cielo avivado en el corazón. Caminamos, queriendo ofrecer en los caminos de la peregrinación gérmenes y diseños de la vida eterna, propuestas excesivas de contemplación de la presencia de Dios, desbordantes de fraternidad y de comunión, signos que vayan más allá de lo humanamente esperable en nuestra solidaridad con los pobres. 

Sí, el Bautismo nos ofrece todas estas posibilidades. En Cuaresma tomamos conciencia de lo que significa ser bautizados y caemos en la cuenta de las zonas del corazón que se resisten a ser bañadas por este agua que regenera. Caemos en la cuenta de las dificultades de la comunión y también de nuestra mundanidad que nos apega a las cosas de la tierra, olvidando que somos ciudadanos del cielo. 

La Iglesia nos propone, tomando el consejo del propio Jesús, que cultivemos la oración, el ayuno y la limosna como medios concretos para despejar el corazón de todo aquello que estorba para recibir, de nuevo, en la noche santa de Pascua el agua que todo lo recrea.

El Bautismo nos hace capaces de participar plenamente de la Eucaristía. El tiempo de Cuaresma nos dispone para celebrar la Pascua. Ésta comienza por el Triduo Pascual, gran catequesis anual de la Eucaristía, especialmente, de la Eucaristía del domingo. Por eso, también en el tiempo de Cuaresma, a la vez que profundizamos en nuestra vida bautismal, revisamos nuestra manera de participar en la Eucaristía, nuestra forma de vivir el domingo. Sí, porque el domingo es nuestra seña de identidad y la Eucaristía es el sacramento de nuestra Fe.

Para podernos sentar en el banquete de la Eucaristía, precisamos el vestido del Bautismo bien dispuesto. Por eso este tiempo de Cuaresma, que nos dispone a participar plenamente como bautizados de la Eucaristía, es una buena ocasión para renovar el Bautismo en el Sacramento de la Penitencia y recordar que, para poder participar plenamente de la Eucaristía y comulgar el cuerpo y la sangre del Señor, nuestro corazón ha de desear comulgar. Este deseo se expresa disponiendo el vestido blanco del corazón. Este deseo se manifiesta acogiendo de nuevo la vida de la gracia, si ha quedado herida por el pecado y, así, poder comulgar.

También el tiempo de Cuaresma, como disposición a vivir el Misterio pascual, es una buena oportunidad para revisar cómo celebramos la Eucaristía. ¿Cuál es nuestra conciencia de la presencia real del Señor? ¿Cómo es nuestro espíritu de adoración que se expresa también en el silencio antes y después de nuestras celebraciones eucarísticas?

Es una buena ocasión para caer en la cuenta de que la Eucaristía no solamente es un acto de piedad particular o personal, sino que es una celebración de la comunidad cristiana. Es una reunión, en el domingo, de los dispersos que anticipa el banquete del octavo día en el que el Señor reunirá a todas las familias de los pueblos

Personal y comunitariamente en esta Cuaresma renovamos nuestra vida bautismal y cultivamos una mejor y mayor conciencia de lo que significa la Eucaristía, el domingo y nuestra condición de pueblo peregrino que encuentra en el Misterio pascual el fundamento de su esperanza. 

Sí, ¡Jesucristo ha resucitado!, ¡conviértete! Cree en esta buena noticia, cae en la cuenta de la fragilidad cada vez que se separa la gracia del agua del polvo de la Tierra para, así, renovar en la Pascua nuestro Bautismo y participar más plenamente de la Eucaristía, sacramento de nuestra Fe.

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